Genealogías, Genialogías

Carta
De Victor Rangel (el yerbas) a Jonatan Carrasco
Guanajuato, México Abril 24,2002

Quiubo pelao:

He estado investigando lo que me pediste acerca del caballero español antepasado tuyo. Aquí en Guanajuato existen muchas leyendas coloniales. La mayoría son puras pendejadas acerca de romances, duelos y ánimas en pena.

Pinches españoles… parece que no tenían otra cosa en que entretenerse aparte de matar indios y cogerse a las indias para reponer la población y evangelizarla.
Hay una pintura en la que se representa a un encomendero hijo de puta sacándole las tripas a un esclavo indígena. Me llama la atención su rostro enajenado, su mirada…la parte animal que todos llevamos dentro.
Hermano: una de las cosas que me enseñó el chaman (ya te he hablado de él), es a descubrir el alma de una persona. Fíjate bien en el rostro de alguien y pon atención a su ojo izquierdo, ahí se refleja su verdadera personalidad y estado de ánimo.
No necesito ver tu rostro, pero te diré que tu personalidad es básicamente inquisitiva: cuestionas y ves más allá de lo que ven los demás y sigues buscando. Eres un guerrero que marcha en busca de lo inalcanzable.

Ya sé lo que estás pensando: ¿A dónde chingados voy con tanto rollo?, pero ¿qué quieres?, lo único que poseo es el don del habla, y solo estaré en silencio en el panteón. Y eso ¿quién sabe? los muertos también platican.

Mira, no me queda mucho tiempo. Es estos momentos siento que la vida se me escapa: el alcohol, abuso de substancias… la depresión. Aunque no debería echarle la culpa a la depresión, de todos modos uno es cabrón, y para no hacer el cuento largo, te digo que las descompensaciones (así dice mi hermano el médico) que padezco, son irreversibles.

Pon atención a lo que te voy a contar:

Una noche tormentosa de 1594, dos personas acudieron a la prisión de Cádiz en España. Uno de ellos, un judío converso acaudalado de nombre Juan Bautista Mendoza Carrasco. El otro, un desconocido indigente cuyo único mérito era el parecido físico con uno de los prisioneros a quien iban a visitar: un burócrata venido a menos que purgaba una corta condena por desvío de fondos. Este hombre de extraordinario valor e inteligencia había sido soldado en Lepanto y ocupaba su tiempo libre en escribir, su nombre: Miguel de Cervantes. Su amistad con el judío había hecho que éste urdiera el plan de liberarlo mediante soborno y dejar en su lugar al indigente mencionado para quien el encierro estaba bien compensado por el dinero que su familia recibiría. Además, Cervantes tenía la intención de regresar a prisión poco antes de cumplirse la condena.
El plan tuvo éxito, y durante 18 meses desparecieron de España. Se embarcaron hacia las Indias Occidentales y tres meses después llegaron a lo que hoy es el puerto de Veracruz, y de allí hacia Guanajuato, una opulenta ciudad cuya riqueza provenía de las minas de oro.
En el trayecto recorrieron algunas regiones de la sierra de Oaxaca, donde conocieron a una mujer de nombre María, una mestiza chaman de gran sabiduría. Hablaron de muchas cosas, de filosofía y de la armonía del universo, todo lo cual les parecía que no contravenía sus creencias cristianas.

Lo que Cervantes escribió mas tarde en el Quijote, referente a la Cueva de Montesinos, tiene que ver con una experiencia mística que tuvieron en Oaxaca consistente en la búsqueda interna de la armonía cósmica mediante el consumo de un hogo alucinógeno y el encierro en un hoyo profundo en total oscuridad del que salen a la luz después de un tiempo determinado.

En la novela, el relato se atribuye a Cide Hamete Benengeli o Berenjena, quien en realidad era el mismo Juan Bautista Mendoza, el judío converso.

Al llegar a Guanajuato, se establecieron como comerciantes de vino y abrieron una taberna, cuya provisión de barricas era las que habían traído en el barco y se hallaban en una bodega del puerto. Estas servían además, para ocultar las posesiones del judío: oro y joyas.

La taberna se convirtió en lugar de encuentro de los acaudalados caballeros españoles a quienes se entretenía con relatos de un hidalgo que había perdido el juicio y tenía el extraño delirio de ser él mismo un caballero andante.

La mayor parte de esos relatos eran verídicos, y desde luego, constituyen la base de la novela que sobre sus andanzas escribió Cervantes, o mejor dicho, estaba escribiendo. Porque aún no estaba completa.
Pero no querían, por su condición de fugitivo uno y judío (aunque converso) el otro, llamar demasiado la atención. Por otro lado, no era deseable divulgar el argumento de una obra que aun no se publicaba. Esto sería todo un acontecimiento, un plato fuerte.

En cambio, y a sugerencia de Mendoza, Cervantes escribió algunas piezas ligeras de teatro a las que llamó Entremeses las cuales se representaron en el traspatio de la taberna, para regocijo de la alta sociedad de Guanajuato de aquella época. Hasta la fecha de hoy es tradición en esta ciudad la representación de esas piezas.

Al poco tiempo, y antes de que nadie descubriera su identidad, ambos desaparecieron. Es decir, Cervantes evidentemente regresó a España, pero de Juan Bautista Mendoza Carrasco, poco se conoce, salvo algunas pistas que he investigado.

Hermano: no estoy delirando y créeme que en estas circunstancias no tengo ningún ánimo de burlarme, aunque todo esto parezca fantasía. Y lo es.

Te he pedido que pusieras atención al relato porque te habrás dado cuenta que la historia es solamente la bifurcación de un sendero al que llamaríamos realidad. Puedes cambiar todas las circunstancias y siguen siendo posibilidades alternas e infinitas de universos paralelos. Pero nos sirve para abrir la mente.

Lo cierto es que este señor Mendoza, se unió a la expedición de Luís Carvajal, un capitán portugués que había recibido capitulaciones del rey para colonizar la parte noreste del país. El mismo era un judío converso al igual que muchos que le acompañaban. Te anexo algunos documentos que recabó Jacinto el bibliotecario. En ellos aparece el nombre de Juan Bautista Mendoza Carrasco, tu antepasado, como uno de los primeros pobladores de Cerralvo en Nuevo León.

Otra cosa: apareció también una carta que hace referencia a un sobrino suyo. Todo ese rollo de duelo de caballeros andantes parece mas bien algo inventado. Pero mejor júzgalo tú mismo.

Yo me tengo que ir. No sé cuánto tiempo me queda.

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Carta

Del bachiller Sansón Carrasco a Doña Ana Quijano
Un lugar de La Mancha, Agosto de 1542


Querida señora:

Hubiera querido anunciaros el término venturoso desta empresa en la que con buen ánimo y noble causa, he venido a estos desiertos parajes que han sido testigos de la estrepitosa caída de este vuestro rendido amante, el Gallardo de los Espejos, cuya arrogancia fue reducida en singular lid, por fuerza y destreza del de La Triste Figura vuestro tío, a quien os había prometido traer de vuelta a casa.
He fracasado rotundamente en este primer intento.
En mala hora el pérfido corcel, indolente quedó inmóvil al no poder aguijarle. La pesada y estrafalaria vestimenta quedó trabada en las articulaciones inferiores y con espanto vi cómo mi adversario avanzaba ligero acortando el palmo de terreno que mediaba entre los dos, mientras erguía la larga vara de fresno, que vino a dar de lleno en mi escudo y luego en el pecho. Por un momento me vi volando por los aires sin recordar nada más, ya que negras tinieblas nublaron mis ojos.
Quiero decir que caí inconsciente, y muerto fuera de no ser por la misericordia de Dios y los buenos comedimientos de Sancho nuestro vecino, quien intercedió a mi favor.

No bien hube despertado de aquel trance, cuando vi la espada del hidalgo blandiéndola cerca de mi rostro. Y entre gritos y juramentos me emplazaba a declarar a todo el mundo su victoria y la inconmensurable belleza de una tal Tobosa la Dulce, que aturdido como estaba no alcanzaba a entenderle cabalmente.

Los términos del duelo señalaban que el vencido acataría la voluntad del vencedor cualquiera que esta fuera, siempre que no excediera los usos de la andante caballería, por cuya afición y delirio se le secaron los sesos al pobre hidalgo. Por lo menos eso es lo que afirma el socarrón de mi tío Hamete, quien ha tomado a su cargo las crónicas de estas andanzas.

Para mí tengo que la razón de su locura, no es otra que el amor…el amor hacia Aldosa Lorenzo, la pastora. Y la tristeza y despecho de haberla perdido al casarse con otro.
¿Pero quién soy yo para declarar loco a un hombre?... ¿Es necedad amar?

Mostrad estas líneas al cura y al barbero, que con eso ha de bastar para que toda España y el mundo sepan de la victoria del bravo manchego, y de la belleza de su señora, quien con solo la mitad de la vuestra sería digna de todas las alabanzas.

Con esto doy cumplimiento a mi palabra, empeñada no por juramento a leyes de caballería, sino por mi fe cristiana que me obliga a ser veraz.

Lo que sigue es para vuestros ojos solamente:

Que no estoy hecho de bronce ni de mármol, sino que de hombre estoy hecho, da positiva evidencia este molimiento de huesos que por el momento me tiene postrado en ésta venta de puerto al cuidado de un diestro cirujano.

Pero esto me ha servido para templar mi espíritu. Vuestro recuerdo es para mí el más dulce aliciente. Y aunque al principio os había importunado con frívolos requiebros, ahora estoy convencido de la pureza de mis sentimientos hacia vos.

No os sintáis obligada a corresponderme solo por la promesa de devolveros a vuestro tío. Yo sabré ganarme vuestro cariño.

Y no he de cejar en mi empresa, que si antes fui parte para animar al pobre hidalgo en sus locuras, ahora lo soy para poner fin a los peligros de sus andanzas y traerlo de regreso. Va mi vida por precio.
A Dios me encomiendo para dar feliz fin a éste asunto y volver a ver vuestra sonrisa y hermosos ojos, que para mí son el conjuro de mis tristezas y el gozo de mi alma.

Parto en dos días hacia Barcelona, desde donde escribiré nuevamente para poneros al tanto de lo que suceda.

Siempre vuestro,
Con todo mi amor.

Sansón Carrasco
...desde un lugar de La Mancha

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